El origen de esta terapia se encuentra en la estación de Aguas Termales de Royat (Francia), cuando un grupo de cardiólogos, en la década de los 50, aplican el tratamiento a pacientes que presentan diferentes enfermedades con un denominador común: déficit en la circulación sanguínea.
La celulitis se ha definido como una dermopatía vasculopática. Es un proceso muy complejo en cuya fisiopatología hay como denominador común: un trastorno microcirculatorio a nivel local. Al no producirse un drenaje correcto de los adipocitos, los desechos e impurezas se acumulan de forma líquida al principio para adquirir después una consistencia espesa o gelatinosa.
La presencia de este gel con sustancias tóxicas no drenadas produce una irritación de los fibroblastos, que responden produciendo colágeno, dando como resultado unos puentes cicatriciales que traccionan y estrangulan a los vasos, dificultando aún más el metabolismo de dicho tejido y cerrando un círculo vicioso que da como resultado la temida celulitis.
La inyección de CO2, que es como se aplica la carboxiterapia, produce en la circulación una mejora del intercambio gaseoso, reestableciendo la microcirculación, aumentando la cantidad y velocidad de flujo sanguíneo y rompiendo el círculo vicioso que se produce en los tejidos afectos.
La mejora en el intercambio gaseoso permite que el CO2 sea utilizado para las reacciones metabólicas, entre la que se encuentra la combustión de las grasas (mecanismo por el cual se justifica la disminución del tamaño de los adipocitos; proceso oxidativo lipolítico fisiológico), a lo cual se suma la disminución de volumen del tejido entre los adipocitos por el mecanismo anteriormente expuesto. Esto da como resultado una mejora en la calidad de la piel, una disminución de volumen de la zona y el alivio de los síntomas que acompañan a la celulitis, como pesadez.